Palais de Glace (*)
Carlos Gardel nunca cantó en el Palais, pero solía ir a escuchar a otros. Cuenta una anécdota, que en 1915, mientras festejaba allí su cumpleaños, Gardel fue invitado a pelear en la calle por cuestiones de polleras, allí alguien le disparó un tiro que se alojó en el tórax del cantante.
Años mas tarde cuando murió en Medellín, al realizar la autopsia se encontró el proyectil y de allí surgió la leyenda de que Gardel había sido baleado en el avión.
(*) Construido en 1911, originalmente diseñado para el funcionamiento de una pista de patinaje sobre hielo. Fue un importante lugar en el cual se bailaba el tango durante las primeras décadas del siglo XX. En la actualidad se lo utiliza como sala de exposiciones.
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Ceferino Namuncurá y Carlos Gardel
Ambos pasaron por las aulas del Colegio Pío IX de Artes y Oficios de los sacerdotes salesianos, del barrio de Almagro.
En 1901, Carlos Gardel (Gardéz o Gardez), como consta en algunos registros, ingresa en el Colegio Pío IX como artesano. Su madre, Berta, de profesión planchadora de la zona del Mercado de Abasto, con sacrificio pagaba los quince pesos que correspondían a la mensualidad de los artesanos.
A su ingreso, Gardel contaría diez años de edad; cursa el segundo grado en el Taller de Tipografía, y sus notas son bastante buenas.
En 1902 pasa a la sección estudiantes, y cursa el tercer grado, rindiendo sus exámenes satisfactoriamente.
Por aquel año, traba relación con Ceferino Namuncurá (*), con quien comparte el mismo Dormitorio María Auxiliadora, integran un coro bajo la dirección del padre José Spadavecchia y saca diploma Digno de Alabanza en canto, al igual que Ceferino. A fines de 1902 Gardel sale de vacaciones y ya no regresa al colegio.
Y así estas dos vidas, tan distintas, transitaron juntas, acaso ambos guiados por San Juan Bosco.
(*) Ceferino Namuncurá era hijo de Manuel y de Rosario Namuncurá, nacido el 26 de agosto de 1886 en Chimpay (Provincia de Río Negro). Falleció el 11 de mayo de 1905 en Italia, donde estaba cursando sus estudios.
Fuente consultada: Almagro, el pasado que perdura (Carlos Trueba)
El Morocho del Abasto y Marcelo T. de Alvear
Era 1º de Septiembre de 1899, Marcelo T de Alvear se despertó más temprano que de costumbre y como era habitual, empezó a matear mientras escuchaba música.
Deseaba que llegara la noche para ir al teatro. Esa noche todo Buenos Aires estaba expectante, iban a escuchar a la prima donna ya célebre en Europa, Regina Pacini, una cantante lírica portuguesa de quién Diego de Alvear (primo de Marcelo) le había hecho excelentes comentarios, después de verla actuar en Uruguay.
Marcelo se dejó llevar hasta el (*) Politeama. Vestía como siempre impecable smoking de gala, que llevaba como una segunda piel. El hombre era alto y apuesto.
A la entrada tropezó con un chico. Era morocho, de grandes ojos negros. Tenía alrededor de nueve o diez años.
_ Qué haces acá, mocoso? _ le preguntó con una mezcla de curiosidad y simpatía.
_ Vivo al lado. Mi mamá trabaja en el teatro. Limpia y plancha, señor _ contestó con soltura.
_ Te gusta la ópera? _ insistió.
Los ojazos del chico se iluminaron y esbozando una sonrisa respondió:
_ Me encanta, señor. Nunca me pierdo las funciones _ después de una pausa continuó: la soprano ligera que canta esta noche dicen que es fantástica. Se llama Regina Pacini.
El hombre tocó con ternura la cabeza del niño. La función estaba por empezar. Debía despedirse. Ese encuentro lo había conmovido. Antes de separarse preguntó:
_Cómo te llamas?
_ Carlitos Gardel, pa´ servirle señor.
Ese mismo día, Marcelo T de Alvear se enamoraría locamente de Regina, quien después de ocho años se convirtió en su esposa.
(*) El Teatro Politeama estaba situado en la esquina de Avda. Corrientes y Paraná.
Fuente consultada: Regina y Marcelo (Ana María Cabrera)
Cantor
Una noche del año 1912, en el café que existía en Rivadavia 3824 (uno de los primeros en Almagro donde se tocaba el bandoneón), entró un mozo cantor acompañado por quien le llevaba la guitarra, enfundada en paño negro con iniciales bordadas. No bien tomaron asiento, un cochero de plaza apodado el "rengo Congo" (le faltaba una pierna), dirigiéndose al cantor desde su mesa, le dijo imperativamente: -"¡Cantá!..." El otro no le hizo caso al notarlo ebrio; y la voz de aquel hombre de mala bebida se repitió más fuerte, al tiempo que hacía ademán de apoyarse en su muleta para levantarse. El dueño del café, que lo conocía pendenciero, tratando de evitar el seguro incidente, le encareció que cantara, pedido al que se sumaron algunos de los allí presentes, Y entonces el mozo, tras corto preludio de bordonas, se echó a cantar un vals sentimental, muy popular por aquellos días. He aquí la primera estrofa:
"Mi madre era muy pobre, sí, pero amorosa; / vivía muy dichosa en su pobre hogar. / Me aconsejaba siempre, porque era muy virtuosa, / para mi era la diosa que estaba en el altar". Y he aquí la última del poema, cuyo autor no conocemos:
"La hermana de mi madre / fue una santa señora / que al ser mi defensora / con mi padre luchó, / Cuando murió mi tía / llorando la he sentido; / y cada día que vivo / le rezo una oración"
Y al terminar el cantor, después de varias estrofas, se dio cuenta de que no había estado mal, pues el "rengo Congo", cubierto de lágrimas, recorrió las mesas sombrero en mano, y le juntó unos pesos.
El cantor de esa noche, que por entonces no imaginaba la altura que alcanzaría en el alma de la emoción popular, era Carlos Gardel.
Fuente: El barrio de Almagro
Autor: Ricardo M. Llanes
El paco al de Legui
Gardel no sólo sentía una gran amistad por Leguisamo, sino que también era su admirador incondicional. Caballo que corría Legui, caballo que llevaba enancada una apuesta de Carlitos, pese a que Leguisamo le insistía en que si bien corría caballos con chance, no le era posible ganar todas las carreras. Pero las advertencias caían en saco roto.
Una tarde en Palermo, los vientos de la fortuna venían soplando muy lejos de Carlitos. Corrida la quinta carrera y rotos los boletos Razzano le advirtió a Gardel: "Mirá, en la sexta nos desquitamos: el cuidador Francou me ha dado una fija, un caballo que él cuida y no puede perder y lo que es más lindo, pagará arriba de veinte". "¿Y el de Legui?", preguntó Carlitos. "Si gana el de Francou, no puede ganar el de Legui", argumentó Razzano. "...Bueno, si es así, tomá jugame doscientos boletos". A ello fue Razzano y regresó cuando se largaba la carrera. El caballo de Francou largó en punta y parecía un seguro ganador, cuando el lote llegó a las tribunas, Razano gritaba loco de contento. Pero Carlitos seguía atentamente la atropellada que en ese momento iniciaba Legui; el avance de éste era fulminante, alcanzó y pasó de largo, mientras Carlitos atronaba el espacio con sus gritos "¡Dale Mono, dale Mono!". Leguisamo fue el ganador de la carrera; cuando Razzano increpó a Carlitos: "Vos estás loco, si les has jugado al de Francou doscientos ganadores!", Gardel contestó "Tenés razón, ¡pero el paco se lo puse al de Legui!"
Gardel, un burrero sin par
Contado por Antonio Sumage, el aviador que fuera chofer y gran amigo del Morocho del Abasto, en un reportaje para la revista Aquí Está, en el mes de marzo de 1944.
Por indicación de Gardel, el aviador Sumage le enviaba a los Estados Unidos las revistas turfísticas y los diarios de la mañana, que Carlitos recibía con un mes de retraso; entonces, sobre la base de los programas de las carreras, él y sus compañeros hacían cálculos y apostaban entre sí. De este modo seguían jugando a los caballos de Palermo desde Nueva York. Con varias semanas de diferencia, cuando llegaba la nueva remesa de periódicos, se enteraban de los resultados y los ganadores recogían su parte, de acuerdo con lo que había ocurrido en la lejana buenos Aires un mes antes...
Reportaje a un burrero de ley
Del diario El Pueblo, de Montevideo, Uruguay, 9 de octubre de 1933.
Pregunta el periodista: "¿Cuál es su satisfacción más grata?"
Responde Gardel: "No la tenga más bella que cuando gane el tungo al que juego un buen éxito hípico". Y agrega: "Levanta el espíritu, y mucho mejor si es por poquito, media cabeza por ejemplo. ¡El corazón late mucho y fuerte, pero después se aquieta por el gozo!".
Fuente: Museo Casa Carlos Gardel