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De la Belle Epoque a Yanquilandia

Una de las costumbres de los porteños es concurrir a alguno de los tantos cafés que existen en la ciudad, porque el cafecito al paso o compañero de estudios, el de la charla entre amigos y testigo de romances o desencantos amorosos, es algo que tenemos muy arraigado y toda oportunidad es buena para sentarse a tomar un café.

Desde hace varios años, el gobierno porteño creó un listado de cafés notables, distinguidos por su historia y su significado para nuestra cultura. Afortunadamente, muchos de esos antiguos cafés siguen estando en pie (El Tortoni), otros fueron recuperados (Confitería Las Violetas) y algunos cerraron sus puertas y están a la espera de alguien que quiera volver a abrirlas (El Molino).

Entre los que ya no están, podemos citar la Confitería L´Aiglon, inaugurada el 13 de diciembre de 1927, en la esquina de Callao y Bartolomé Mitre. Sus dueños eran inmigrantes italianos que querían dar a la confitería, el nombre "El Aguila", pero como ya existía una con ese nombre, decidieron bautizarla L´Aiglon que significa Aguila pequeña.

El edificio fue proyectado por los arquitectos Emilio Hugé y Vicente Colmegna en el año 1900, como edificio de renta y negocio de la ex Compañía de Seguros La Franco Argentina.

Con el correr del tiempo, su dueño, Don José Varela le dio nuevo impulso y fue el lugar elegido por muchos diputados y senadores que se sentaron a sus mesas a tomar café, dada su cercanía al Congreso Nacional.

Los viernes y sábados cantaban allí, grandes figuras como Jorge Sobral, María Graña, Mario Clavel, Billy Caffaro y otros.

En 2007 el lugar fue declarado Patrimonio Histórico por su significado histórico, cultural y turístico.

Cerró sus puertas en febrero de 2012 y en abril del mismo año, abrió allí un Starbucks, una cadena de cafeterías internacional, fundada en Seattle, Washington. Es la compañía de café más grande del mundo, con aproximadamente 17.800 locales en 49 países.

Si miramos hacia el pasado, podremos comparar los usos y costumbres de quienes asistían a aquellos emblemáticos lugares y lo que ocurre con los nuevos cafés y sus clientes.

A aquellas confiterías, las damas iban vestidas elegantemente, a la moda, con sombreros, guantes y disfrutaban tomando el té. Los hombres, también se destacaban por su elegancia, generalmente vistiendo traje, sombrero y muchas veces usaban bastón, que también era un simbolo aristocrático y compartían un café con sus amigos o un copetín (vermouth).

Tanto el té como el café eran servidos en vajilla de porcelana. No existían teléfonos celulares que interrumpieran el diálogo, el debate, el romance. Prevalecía la caballerosidad de correrle la silla a la dama para que tomara asiento y también otras galanterías que se perdieron.

Actualmente, la mayoría de los locales son despojados de elementos exquisitos como podían ser los vitrales, columnas de estilo, boisseries e incluso, se arman espacios como si fuesen living, donde los jóvenes se sientan a tomar café (ahora de moda los frapuchinos, café frío con crema, helado u otros ingredientes, servidos en vasos descartables) y usan ropa informal, bermudas, muchos calzan ojotas de goma y por supuesto, no queda muy claro para qué se juntan, ya que en general, suele verse que están sentados y supuestamente compartiendo, pero en realidad, están hablando cada uno por su celular o respondiendo mensajes; otros, con los pies apoyados sobre la mesa ratona, con sus tablet, tan despreocupados, que ni piensan que eso no se debe hacer y se manejan como si estuvieran en su propia casa, aunque no está bien poner los pies sobre la mesa en ningún lugar.

Hemos pasado de la Belle Epoque a Yanquilandia, tan valorada por los jóvenes, que creen que todo lo que viene desde el norte de nuestro continente es mucho mejor. Así es que también hemos importado costumbres que no tienen que ver con nosotros: Halloween, St. Patrick, San Valentín.

Bienvenida sea la modernidad, los adelantos tecnológicos y todo lo que significan, pero dándoles un uso correcto, hay que reflexionar y preservar las buenas costumbres, valorar el diálogo (no solo en el café, en la vida cotidiana) mirándose a los ojos, percibiendo las emociones, el contacto de dos manos tomadas, que la tecnología no puede reemplazar.

Seguramente, si intenta experimentarlo, verá que disfrutará mucho más de su café, compartido en Las Violetas o en Starbucks, con amigos o con la persona amada.


Susana Espósito - Noticia publicada el: el Lunes 09/06/14 - (Cantidad de caracteres: 4412)




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