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    La fidelidad de los perros

    Siempre se ha dicho que el perro es el fiel amigo del hombre y en diversas oportunidades se ha comprobado. Algunos han salvado la vida de sus amos, otros (como los lazarillos) son los ojos de quienes no ven; otros ayudan a descubrir ilícitos y también algunos acompañan a sus dueños hasta la muerte.

    Se han hecho películas en las que el dueño de un perro muere y el perro, como hacía habitualmente, va a esperarlo a la estación de tren; otros casos reales que aguardan en la puerta del hospital donde fue internado su dueño y por ejemplo, en el Cementerio de Recoleta, encontraremos una escultura de una joven con su perro que aparentemente murió de tristeza al intuir el fallecimiento de la jovencita.

    Este miércoles 27 de enero, Mozart hubiese cumplido 260 años y eso trae a mi memoria, algo increíble que aconteció con su perro, pero primero, recordemos que había nacido en Salzburgo, Austria, el 27 de enero de 1756. Este compositor y pianista austriaco, maestro del Clasicismo, es considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia.

    La obra mozartiana abarca todos los géneros musicales de su época e incluye más de seiscientas creaciones, en su mayoría reconocidas como obras maestras de la música sinfónica, concertante, de cámara, para piano, operística y coral, logrando una popularidad y difusión internacional.

    Es sorprendente que con tan solo cinco años ya componía obras musicales y sus interpretaciones eran del aprecio de la aristocracia y realeza europea.

    En sus años finales, compuso muchas de sus sinfonías, conciertos y óperas más conocidas, así como su Réquiem. Las circunstancias de su temprana muerte han sido objeto de numerosas especulaciones y elevadas a la categoría de mito.

    Cuando Mozart se enfermó, su único amigo fiel, su perra, Pimperí, una hembra de raza Pomerania, que fue quien se quedó a su lado hasta el día de su muerte, el 5 de Diciembre de 1791. Mozart fue enterrado en una fosa común, en Viena.

    Su mujer, que estaba en París, se enteró de la muerte de Mozart y partió hacia Viena para visitar la tumba de su marido. Al llegar allí, se desesperó al saber que Mozart había sido enterrado como indigente, sin siquiera una placa con su nombre.

    Era diciembre (invierno europeo), hacía frío y llovía en Viena. Constanze resolvió “explorar” el cementerio en busca de alguna “pista” que pudiese indicar dónde había sido enterrado. Buscando entre las tumbas, vio un pequeño cuerpo, congelado por el frío, sobre la tierra removida. Al acercarse reconoció a la querida perra de Mozart. Fue por el amor de ese animal que Mozart pudo ser ubicado y sacado de la fosa común donde fuera enterrado.

    El perro permaneció con su dueño hasta después del final. Murió junto a la tumba de Mozart porque, sin él, no podría seguir viviendo.

    Hoy, quien visite Viena, verá un gran mausoleo, donde está el cuerpo de Mozart y de su mascota.


    Susana Espósito - Noticia publicada el: Martes 26/01/16 - (Cantidad de caracteres: 2898)




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