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    La característica pizarra negra del estilo francés

    Se dice que Buenos Aires es “La París de Sudamérica” y lo cierto es que hay barrios que se asemejan bastante a algunos lugares de la capital francesa, como por ejemplo Recoleta y Retiro.

    Una de las características de la arquitectura francesa es la pizarra negra que apreciamos en las mansardas, pero pocos saben qué tipo de material es ese. Se trata de láminas de piedra de laja, de pocos milímetros de espesor, denominadas pizarras, rectangulares en su forma original y que luego se moldean de acuerdo a la figura deseada.

    En Buenos Aires, hubo una familia que se inició en el oficio de pizarreros en 1700. Fue Rudolf Dörfler, inmigrante alemán, que comenzó a trabajar con las pizarras y actualmente, es su nieto, Christian, quien continúa con esta tradición, que se mantiene en la actualidad. El fue quien realizó 160 obras en todo el país, entre ellas, la puesta en valor del actual Centro Cultural Kirchner, la cúpula del Congreso y el Palacio de Aguas Corrientes.

    "Los conocimientos se pasaron de generación en generación, eran como secretos. En Europa, donde comenzó todo, para ser pizarrero tenías que haber trabajado muchos años con distintos maestros. Era como una cofradía, una asociación que te daba una especie de título que siempre se otorgaban a miembros de una misma familia", cuenta Dörfler.

    Escapándose de un campo de concentración en Siberia donde estuvo detenido, y tras la devastación que dejó la Primera Guerra Mundial en Alemania, Rudolf, como tantos otros inmigrantes europeos, encontró en la Argentina un lugar donde continuar con el oficio. Durante un año estuvo alojado en el Hotel de Inmigrantes, en el puerto porteño, donde las grandes empresas buscaban mano de obra especializada.

    En el taller que Christian tiene en Morón, se conserva una pizarra firmada por Rudolf.

    De aquel primer trabajo en el país a los que hoy hace la familia Dörfler cambiaron muchas cosas. Pero la técnica en las distintas etapas de la restauración no se modificó.

    Según cuenta Christian, su abuelo se colgaba de una nube, se ataba con una soguita y subía a cúpulas de 80 metros. "Trabajó solo en el edificio del correo durante un año, y nosotros, para restaurarlo casi 100 años después, teníamos un equipo con diez veces más de gente".

    La incorporación de la tecnología, el uso de drones para un diagnóstico previo sobre el estado de las cúpulas o los techos y un equipo de 30 personas no alteraron el procedimiento artesanal. En el taller de la empresa se pueden apreciar partes de las obras: hay moldes de fundición que ya no se utilizan "porque cada pieza es única", un cordón de aristel (para unir dos faldones, los paños de un techo), un pináculo (la terminación en el centro o los extremos de una torre) y crestas decorativas.

    "Mi abuelo traía sus mañas aprendidas de sus maestros y no transmitía sus saberes. En una obra, si por ejemplo aparecía un arquitecto largaba las herramientas y se ponía a hablar de cualquier cosa. Hoy lo que queremos es que los chicos aprendan. Se enseña en el taller, andando", dice.

    Las pizarras que se encuentran en los edificios antiguos restaurados provenían de Francia, Alemania, Inglaterra o Escocia, lugares que hoy tienen sus canteras agotadas, salvo algunas que se encuentran a 400 metros de profundidad y son muy costosas. Cada una de las obras puede contar con hasta 50.000 pizarras que se moldean con el martillero pizarrero y el brücke antes de clavarlas en la cúpula.

    Christian y su hermano, Guillermo, llevan adelante la firma de los Dörfler, pero antes dejaron su marca su abuelo y su padre, José Fridolin.


    Susana Espósito - Noticia publicada el: Sábado 25/05/19 - (Cantidad de caracteres: 3608)




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