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Carlos Páez Vilaró fue pintor, ceramista, escultor, muralista, escritor, compositor y constructor. Nació el 1° de noviembre de 1923, en Montevideo-Uruguay y falleció hace pocos días, el 24 de febrero, en Casapueblo, su vivienda en Punta Ballena-Uruguay, a los 90 años.
Fue un hombre muy apreciado, tanto en su país como en otros tantos que visitó y dejó su huella. Uruguay lo ha llorado y despedido con todos los honores, como merecía y también la noticia repercutió en Buenos Aires, donde es considerado como un porteño más.
En un programa televisivo, donde se entrevista a famosos, se repitió a modo de homenaje, el día en que estuvo invitado y fue un placer escucharlo, porque su manera de relatar, tan amena y distendida, con un vocabulario difícil de escuchar actualmente, dejó varias frases que vale la pena repetir en esta nota.
Comenzó diciendo que para cualquier uruguayo, desde que nace, tiene como meta cruzar el charco y venir a conocer Buenos Aires y como no podía ser de otra manera, también él quiso hacerlo, así que cuando tuvo 18 años, se subió al vapor de la carrera y según sus palabras: "partí en ese barco, con las lágrimas de mi madre en la solapa". Una forma de decirlo que transmitía el sentimiento. La travesía, durmiendo en un colchón compartido con varios forasteros y con la valija entre las rodillas, como quien monta un caballo, por temor a que desaparecieran sus pertenencias.
Lo cierto es que quería verificar con sus propios ojos, si lo que Gardel decía en sus tangos, sobre Buenos Aires, era real.
Ni bien llegó, fue hasta una fábrica de fósforos, donde inmediatamente le dieron trabajo y con esos $60 por mes que le pagaban, hizo posible su estancia en Buenos Aires, podía pagar una pieza, comer y viajar. Ese era un recuerdo muy preciado para alguien que vio a Buenos Aires como una ciudad que lo recibió con generosidad y le posibilitó su crecimiento.
Luego, volvió a Montevideo. Escribió más de treinta candombes, pintó cuadros, hizo murales, escribió libros y construyó esa maravillosa Casapueblo, que según sus dichos "es una insolencia de la arquitectura", decidió construirla porque vio trabajando a un hornero y dijo: "pido perdón a la arquitectura por mi libertad de hornero, la culpa la tuvo ese pajarito".
Páez Vilaró, vivía en Punta del Este, en un molino, situado donde actualmente está el hotel más importante del lugar. En un momento, convivió con dos personas que hacían radio desde allí. La convivencia se le hacía complicada y un día en que hubo una gran tormenta, uno de los locutores, había tapado una ventana rota, con un cuadro suyo y sintió que era un maltrato hacia su trabajo y fue entonces cuando decidió "tomarse los vientos" (así lo dijo, queriendo decir que se fue).
Descubrió Punta Ballena, ese lugar desolado, de 40 hectáreas de soledad y gracias a la solidaridad de los Pereda, Charly Menditegui y Tomás Anchorena, que le ayudaron, entre todos compraron el lugar. Comenzó construyendo una casita de lata, salió a buscar tablas que traían a la orilla, las tormentas, después de los naufragios y con esas tablas curadas, hizo una nueva construcción, pero no le gustaba ese color lúgubre de la madera, en un lugar que tenía apariencia mediterránea, entonces, rescató alambres de gallineros que estaban en desuso y revistió la madera, "como quien le pone un traje a una mujer desnuda", la cubrió con cemento y la pintó de blanco. Así fue avanzando y amplió la casa hasta llegar a la construcción actual.
En Tigre, provincia de Buenos Aires, también construyó “Bengala”, una Casapueblo argentina, a la que dio ese nombre porque evoca al tigre, felino admirado por el artista.
En el plano familiar, fue un invencible luchador, en la búsqueda de su hijo Carlos, cuando en 1972, se estrelló en la Cordillera, un avión en el que viajaba el joven, con sus compañeros del equipo de rugby Old Christians y él, no paró hasta encontrarlo con vida, después de 72 días.
También habló de otro de sus hijos, llamado Sebastián, producto de su amor con su mujer, Annette. Si bien su esposa, al quedar embarazada, estaba separada de su primer marino, pero no divorciada, su ex esposo, que era un hombre de poder, le puso su apellido al niño, porque por ley, se le otorgó ese derecho, aunque no era su hijo, al que simplemente reconoció por sentirse herido en su amor propio, pero, Vilaró agregó: "Una gota de sangre guarda el secreto de la vida", tal vez aludiendo a que un ADN podía haber resuelto ese secreto.
Páez Vilaró dijo que no era un hombre, que era un intento, porque siempre intentó todo, consideraba que el intento era más importante que el hallazgo, por eso intentó pintar sin ser pintor, escribir sin ser escritor, construir sin ser arquitecto, simplemente siendo autodidacta, pero logró lo que se propuso.
Amigo de Marlon Brando, Vinicius de Moraes, Salvador Dalí y tantas personalidades, era un agradecido a sus manos, porque eran su herramienta de trabajo, pero además, guardan el recuerdo de tantos apretones de manos con tanta gente a la que apreció en su vida y le brindaron su amistad y afecto.
Susana Espósito - Noticia publicada el: 03/03/14 - (Cantidad de caracteres: 5086)
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