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Por qué se cubren las imágenes con mantos púrpura en Semana Santa
Durante la Semana Santa, las imágenes de las iglesias están cubiertas por mantos color púrpura y son muchos los que desconocen la razón. Es en señal de luto y para no distraer la atención, concentrarse solo en la muerte de Jesús, orar y esperar el milagro de la resurrección.
Sábado Santo, es un día de silencio y oración, porque Jesús está muerto y sepultado y los cristianos aguardan el milagro de la resurrección. Son las horas que transitan entre la muerte y la resurrección, que sirven para reflexionar.
“Gran silencio y luego soledad porque el Rey está dormido. La tierra tembló y quedó en silencio, porque Dios durmió en la carne.” Comienza así una antiquísima homilía que la liturgia de las Horas nos regala para meditar cada año el Sábado Santo. Los días anteriores los cristianos lo han vivido muy profundamente, recordando la pasión de Cristo. Pero el sábado santo, tiene una carga emocional muy importante. Para los apóstoles todo es desolación, muchos sentimientos recorren la cabeza y el corazón de los hombres y mujeres que han puesto su esperanza en Jesús.
Los primeros cristianos hicieron de este día uno de ayuno absoluto, no penitencial, sino festivo: un ayuno del deseo, del deseo de ser realizado por la resurrección de Cristo. Se trata, por tanto, de no querer llenar este día con cosas que hacer, sino de aceptar este vacío. Si Cristo, que es nuestra vida, “se durmió”, no es para que lo abandonemos, sino para que vigilemos con él, a diferencia del Jueves Santo. Es una oportunidad para hacer balance del vacío y de la ausencia, pero no de manera desesperada precisamente porque la meditación de las acciones y palabras de Cristo nos vuelve a decir en quién hemos puesto nuestra esperanza.
Entre la celebración eucarística del jueves Santo y la de la noche de Pascua, las Iglesias cristianas no celebran la Eucaristía. Hay, por tanto, dos días alitúrgicos en el sentido en que le damos el nombre de “liturgia” a la celebración eucarística (la Divina liturgia como lo llaman los orientales). Pero, en realidad, la Iglesia ora, se reúne para formar el cuerpo de Cristo en la oración. Ella reza su gran oración el Viernes Santo de pie ante la Cruz donde Jesús ofreció, con fuerte clamor y lágrimas, oraciones y súplicas a Dios que pudiera salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su gran respeto (Heb 5, 7). Ella continúa orando el sábado Santo, pero con moderación y mayor sobriedad. Sin pompas, se reúne para celebrar las Horas que sostienen su esperanza.
Los templos permanecen sin adornos. En las Iglesias católicas las imágenes están tapadas y en los templos reformados, un paño pende de la cruz. En la víspera se retira el mantel del altar, los candelabros y las flores, y se coloca la reserva eucarística en el exterior de la iglesia, en un lugar previsto al efecto. La comunión sólo se puede llevar a los enfermos en peligro de muerte (viático). Se permite administrar el sacramento de la penitencia y la reconciliación y los sacramentos de los enfermos, pero no se pueden celebrar matrimonios ni bautismos. El tiempo se detiene esperando que estalle la alegría de la Pascua.
Sábado Santo es a menudo el día “olvidado” en la liturgia y la mayoría de las veces nos concentramos más en prepararnos para la Vigilia Pascual. Pero no es un día de lamento y luto sino un día de silencio expectante.
La Iglesia en la oración no mira su angustia, dirige decididamente su mirada hacia Cristo, que se hizo obediente hasta la muerte y que recibe del Padre el nombre que está sobre todo nombre (respuestas después de la lectura, mañana y tarde, cf. Fil 2 :8-9).
El único gesto que queda en la Iglesia es el canto. Particularmente el canto de los Salmos. Por un lado porque Cristo hace oír su voz orando al Padre y nos introduce en este canto. Por otro lado, porque el canto es un acto de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo, que, sentada ante la piedra sellada del sepulcro, abre la boca para que Dios la llene de su alabanza.
Con las palabras de la oración de las Horas se marca el día. Los salmos tienen un doble misterio: se cantan sin antífona (pequeño estribillo cantado al principio y al final), ni doxología (palabra de gloria al Padre) y en una sola nota. Todos expresan este cuestionamiento, esta duda interior, y luego se vuelven hacia la esperanza.
El domingo de Pascua es el día en el que Jesús resucitó tres días después de ser crucificado en Viernes Santo. Así, la Pascua marca el final de la Semana Santa al cerrar el Triduo Pascual, también conocido como los tres días santos.
Susana Espósito - Noticia publicada el: Domingo 31/03/24 - (Cantidad de caracteres: 4563)
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